Si os pidiéramos que pensarais en un pasatiempo que desempeñar en vuestro jardín, ¿cuál elegiríais?
Una pregunta que puede pareceros extraña, pero que en realidad es el punto de partida del tema del que queremos hablar hoy.
De hecho, las actividades que realizamos al aire libre nos permiten obtener varios beneficios para nuestra salud física y mental.
Una de las más clásicas es la jardinería: elegir plantas adecuadas para la estación y el clima de nuestra zona, crear parterres con borduras y bonitos arreglos florales, puede ayudarnos a reducir el estrés aportándonos una sensación de calma y tranquilidad.
Incluso cultivar el huerto, plantar las verduras que más nos gusten, regarlas, verlas crecer, recoger sus frutos, puede proporcionarnos momentos relajantes.
La razón es sencilla. Dedicarnos a una afición concreta, en este caso en nuestro espacio exterior, nos permite centrar nuestra atención en una actividad que puede transformar los pensamientos negativos y el mal humor en sentimientos felices y puros.
Lo afirma también la ciencia: las personas que viven en contacto con la naturaleza y el verde tienen un 30% menos de probabilidades de sufrir depresión.
Se trata de un verdadero antídoto contra el estrés de la vida cotidiana, también bautizado como garden therapy.
Esta terapia, popular sobre todo en el mundo anglosajón para tratar diferentes tipos de trastornos mentales, incluso graves, a través de programas específicos y programas de rehabilitación, en realidad puede ser practicada por cualquier persona, obviamente de diferentes maneras.
Una vida lenta y relajada, totalmente en armonía con el mundo que nos rodea, aporta de hecho varios beneficios a nuestra salud. Puede, por ejemplo, mejorar la respiración, reducir la tensión arterial y el ritmo cardíaco.
Pero eso no es todo.
Mientras regamos nuestras plantitas, quizá las aromáticas, también podemos cultivar una de las prácticas mentales más populares de los últimos tiempos: el mindfulness.
Una técnica que nos ayuda a llevar nuestra atención al aquí y ahora y que, si se pone en simbiosis con la naturaleza, puede crear un vínculo indisoluble con nuestro inconsciente.
De hecho, si lo pensáis bien, cuidar de una flor o de un árbol puede equipararse a cuidar de uno mismo.
También desde el punto de vista de la sostenibilidad, nuestros gestos cotidianos tienen un gran impacto en el ecosistema.
Cultivar nuestro huerto, ya sea grande o pequeño, puede hacernos más sensibles no sólo al cambio de las estaciones, aprendiendo así a comprender y variar nuestra alimentación adaptándola a los ritmos de la naturaleza, sino también al respeto por el entorno que nos acoge.